lunes, 14 de septiembre de 2009

La sirena

Una de las anécdotas de Londres que más tiempo tardaré en olvidar es la de aquella noche en la que sonó el peor sonido del mundo. Solo podía contarla una vez estuviera en España, con acentos, eñes y todos los elementos que necesito para escribir pensando más en el contenido de mis palabras que en el teclado que utilizo para escribirlas. Os cuento.

Imaginaos la estampa: las 9 de una noche fría. A esa hora ya he cenado y estoy bien relajada en mi la habitación de mi residencia haciendo mi homework, es decir, mis deberes (os recuerdo que no fui a Londres para pasármelo todo el día de parranda por ahí, sino para estudiar un poco de inglés) . Como las noches en Londres son muy frías incluso en septiembre tenía la calefacción puesta, no porque tuviera mucho frío, sino porque no me gusta dormir con aparatos eléctricos que desprenden aire encendidos y prefería apagarla antes de acostarme, pero como lo que yo quería era tener el cuarto caliente mientras dormía, las horas previas tenían que ser con la calefacción bien alta. Con lo cual, os vuelvo a poner en la estampa. Estaba yo tan feliz haciendo mis deberes y con bastante poquita ropa (por aquello del calor), cuando de pronto empieza a sonar una alarma que no supe identificar. El volumen era tan alto que no podía ni pensar, sin duda, el ruido venía de dentro de la habitación. Me asusté mucho, empecé a mirar el nuevo y "última tecnología" teléfono que me habían puesto en mi habitación por si la sirena ensordecedora venía de allí. Nada, ninguna luz extraña ni ningún signo de que el horroroso sonido viniera de allí. La calefacción, pensé, fui allí y tampoco nada, parecía todo en orden, pero el ruido era cada vez más intenso y no tenía ninguna idea de lo que podía ser. No pude reaccionar con lógica, reaccioné con instintinto de supervivencia, lo que tenía que hacer era salir de allí. Creo que incluso pude oír mi propio chillido cuando estava atravesando el umbral de la puerta.
El ruido no cesaba, y yo corrí todo lo rápido que pude hacia el patio del edificio, allí me encontré 3 chicos que pararon mi carrera, ¿qué pasa? les pregunté, y uno me dijo 'nada', y yo ¿pero qué pasa? ¿qué es esto? 'nada', me dijo uno de los chicos, y yo, evidentemente, ya tenía tal estado de nervios en mí que no me iba a conformar con esa respuesta. Había empezado a temblar. De pronto oigo 'la alarma contra incendios' y yo... ¿cómo? ¿me lo dices en serio? ¿esto es una alarma de incencios? Os juro que parecía más que la III Guerra Mundial fuera a empezar en mi habitación. Me quedé bastante perpleja, pero entonces oí una vocecita que desde atrás me dijo'¿quieres una chaqueta?' y yo, claro, sí, gracias, un alma caritativa que en ese momento pensó más en mí que yo misma me ofrecía una chaqueta que rápidamente sacó de una mochila y me la dió, y al ponérmela me acordé de que estaba prácticamente desnuda en medio del patio de la residencia. Entonces dije en voz tenue... pues menos mal que no me ha pillado en la ducha... y oí unas risas de fondo, me alegra saber que puedo recuperar pronto el sentido del humor en los momentos de máximo nerviosismo.
Al poco tiempo empezó a llegar más gente, todos con la misma pregunta, a la que se ve que solo los veteranos del lugar tenían respuesta. A los 5 miutos cesó el horripilante sonido y sin que nadie nos dijera nada, volvimos a nuestras habitaciones ('esto es siempre alguien que fuma en la habitación', volvió a sentenciar la voz de la veteranía, que no olvidemos que es un grado). Yo tuve que esperarme un rato más medio desnuda en el descansillo de nuestro piso, porque con la estampida de mi habitación, me había dejado las llaves dentro, pero al menos ya no tiritaba.
Fue un momento horroroso y perfecto para comprobar que nadie había actuado como teníamos indicado hacerlo en caso de oír la alarma de incendios. Seguramente, porque nadie entendía al oír aquello, que semejante ruido de sirena atronador era la alarma de incendios. Menuda efectividad la de aquella alarma.

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