viernes, 30 de abril de 2010

Vecinos

¡¡¡Ding dong!!!

Ups, debo decir que el timbre del interfono que abre la puerta de mi edificio no suena ding dong, pero así os habéis imaginado una puerta en seguida, ¿a que sí? Pues continúo.

¡Ding dong!

Me dirijo a toda prisa a la puerta porque no espero a nadie a aquella hora y no quiero que el timbre vuelva a sonar, “¿Quién es?” contesto yo, “Ana, soy yo”. “Perdone, se equivoca, aquí no vive ninguna Ana y no vuelva a llamar, por favor”. “Ah, disculpe”, oigo al otro lado del interfono. Y cuelgo. Al instante oigo cómo se abre la puerta de abajo, alguien le ha abierto, imagino. La tal Ana, supongo. Pero no me quedo conforme, lo noto en mi interior. Se me pone la cara roja, me empieza a salir un humo extraño de las orejas, se me hinchan todas las venas del cuerpo. Por el amor de Dios, que se aprendan el piso de una vez, que son las ¡6 y media de la mañana!

Estoy bastante cansada de que todos los familiares y amigos de los inquilinos del 2º 1ª de mi edificio, sean quienes sean, porque cambian cada ciertos meses, tengan que llamar a mi piso unas 15 o 20 veces antes de que, previo envío a una muy malsonante palabra, se aprendan el piso al que tienen que llamar.

Reconozco que cada vez tengo menos paciencia con este error. Y no porque con el pasar de los años me vaya haciendo más impaciente (de momento, no tengo tantos como para notarlo) sino porque el error es a menudo muy inconveniente, como cuando ocurre a las 6 y media de la mañana o a las 12 de la noche, que también ha ocurrido, y me acarrea unas molestias considerables.

Los daños colaterales de según qué vecinos ya los doy por asumidos. Lo normal es que monten fiestas hasta las mil de la madrugada, que a media noche te despierten unos gritos en la escalera porque regresan a casa borrachísimos, etc. En esos casos, se llama a la policía correspondiente y los calla rápidamente, no hay más solución. Pero que constantemente todos los inquilinos que vengan tengan que invitar a familiares y amigos que se equivoquen y llamen a mi piso, es muy desagradable.

Por cierto, nada que ver con nacionalidades. Por ese piso han pasado, entre otros, chinos, colombianos, peruanos y españoles. Da igual quien venga, todos se equivocan, qué cruz.

El pasado domingo fui muy impertinente, lo reconozco. Eran las 4 de la tarde y el timbre sonó varias veces. Todas ellas fui, contesté educadamente y les dije que no era aquí y, por supuesto, no abrí. Volvieron a llamar 3 veces, les dije el piso correcto al que tenían que llamar, pues ni por esas, volvió a sonar una vez más. No sé qué barbaridad les debí decir porque cuando fui corriendo a la ventana para abrir, dispuesta a pegarles cuatro gritos cual verdulera en el mercado, vi a la mujer que me había llamado tantas veces, en la acera de enfrente, llamando por teléfono. Seguramente, después de lo que le dije no quiso volver a apretar ni un solo botón del interfono.

Uf, vecinos…

domingo, 25 de abril de 2010

Manuel Rivas

Nunca he sido amiga de aglomeraciones y como en Barcelona un 23 de abril cualquiera puede ser de lo más bullicioso, nunca acudo a las firmas de libros que se organizan con motivo de la celebración del día de Sant Jordi. Pero este año sí.
Lo primero que he de decir es que muerto Delibes no me quedan muchos escritores a los que adorar. Me gustan muchos, faltaría más, pero quitando un par de aquí o de allá, no son muchos los que me hagan levantarme de la silla más allá de para ir a la biblioteca.
Uno de los escritores que desde hace muchos años me tocó con su varita mágica fue Manolo Rivas. Nunca veréis que firme un libro así, pero a mí, por aquello de la adoración, me gusta llamarle así.
Al Sr. Rivas tuve el inmenso placer de verle y escucharle en un recital de poesía (con guitarra, de los buenos) en la Universidad de Barcelona hace muchos años, cuando yo era una pelele. Pasó el tiempo y libro a libro me fui enganchando. Me gustó mucho el lápiz de carpintero que venía de obsequio con su libro del mismo nombre, me pareció un detalle del pueblo llano y me imaginé el lápiz detrás de la oreja de un carpintero de verdad.
Del Sr. Rivas nunca supe demasiado y lo máximo que sé ahora es que tiene un hijo que es actor y está haciendo furor entre las adolescentes porque es muy guapo. Pues si el hijo es guapo no quiero ni deciros cómo es el padre. Lo máximo.
Y así, en busca de la posibilidad de ver (que no de tener su firma) al Sr. Rivas, me fui directa al lugar más cercano en el que sabía que firmaba a la hora a la que yo podía llegar. Pues supe mal. Llegué al centro comercial en cuestión y allí estaban un montón de escritores o personajes mediáticos, pero él no. En ese momento estaba a punto de asomar a mi cara un vestigio de tristeza cuando pensé que tal vez me había equivocado y a esa hora estaba en el centro siguiente (a unos 15 minutos de allí).
Tras superar todos los obstáculos que se me pusieron en el camino, llegué y le vi, solo había una chica en la cola, a la que ya estaba firmando. Me puse detrás toda feliz. Pero en ese momento me di cuenta de que no tenía libro en el que el hombre me pudiera firmar. Salí disparada al puesto más cercano y compré el primer libro que me dieron cuando pregunté ¿qué tienes de Manuel Rivas? Pagué todo lo deprisa que pude y volví a la cola. Aún estaba firmando a la misma chica. Me pareció raro, habían pasado unos minutos… miré a otra chica que el escritor tenía detrás (sin duda de la editorial) y ella me miró con cara de… tranquila, que te firmará… esperé paciente y aún tuve que esperar algo más porque ¡estaba dibujando! Le estaba haciendo un dibujo. Eso me suena, porque no es el primer escritor que firma así (ya lo hacía el gran José Hierro, pero no tengo ninguno). De pronto acabó, le dio la mano a la chica y ella se marchó. Llegó mi momento.
Y porque lo que más me interesa de muchas personas es su esencia, lo primero que le pedí es que me dedicara el libro, por favor, en gallego, y supongo que le gustó (porque es gallego, claro). Me hizo un dibujo precioso, de libertad, y mi dedicatoria fue muy linda, si no os importa, me la reservo para mí. Otro día la comparto.
Cuando terminó el dibujo se levantó y me dio dos besos.
Moitas gracias, le dije, y no querría haberme ido, pero me fui.

jueves, 22 de abril de 2010

Letras y flores

Mañana, 23 de abril, será como casi todos los años, Sant Jordi, San Jorge y Saint George, qué barbaridad, qué santo más majo, ahí está él en todas sus versiones.
En Aragón es un día de fiesta, pero festivo de verdad, de esos festivos que hacen que las tiendas estén cerradas y que la inmensa mayoría de personas no vayan a trabajar. Qué suerte, este año tienen un fin de semana largo por delante.
En Cataluña también es un día de fiesta, pero la fiesta la hacen los ciudadanos. Aquí trabajamos todos un ratico y en cuanto podemos, salimos disparados a la calle con amigos, en pareja o como se nos antoje, a disfrutar del espectáculo.
Las ciudades se llenan de libros y rosas. Es una hermosa tradición que el chico regale una rosa a la chica y la chica le regale un libro al chico. Cada vez más, todos, chicos y chicas, tenemos nuestra rosa y también nuestro libro.
Bueno, todos no. Yo he tenido la mala suerte de no recibir jamás una rosa de una pareja. Ojo, y no es que haya dado la casualidad de que no haya tenido novio ningún 23 de abril, es que ha dado la casualidad de ir a dar con los pocos hombres que deben encontrar una tontería esto de las rosas y de los libros… aunque ninguno rechazó mi libro, todo hay que decirlo.
En fin, que como es una bonita celebración, sin rosa es muy difícil quedarse porque siempre hay un padre, un amigo o incluso una empresa, que se encarga de poner ante tus ojos la tan romántica flor. Mis rosas preferidas no son las rojas, por cierto, suelen ser las más abundantes y también muy hermosas, pero con la variedad de colores que pueden ofrecer las rosas hoy en día, una personalidad diferente también ha de tener un color diferente, ¿verdad?
Bueno, pues ya os cuento en otro momento si este año he tenido rosa o no. Sin libro, no me quedo ;-)

sábado, 17 de abril de 2010

AECC

Iba yo un día por la calle tan distraída cavilando en mis cosas cuando de pronto uno de esos chicos de ¿tienes un minuto? Me disparó con su enorme boca sonriente. Y yo debía tener el día torcido porque pensé que la boca debía de ser lo único que tenía enorme, porque era más bien bajito el mozo.
El tema es que yo siempre tengo una buena excusa para no tener el famoso minuto, o bien porque realmente no tengo tiempo para pararme o bien porque lo que menos me apetece es que me intenten vender algo que sé de antemano que no quiero comprar (llámese tarjeta de un banco o colaboración con una ONG, da igual). Pero ese día, por motivos que escapan a mi razón, me paré y le dije “bueno, depende” y a la vez que lo decía, vi la chaqueta que llevaba, el logo era el de la AECC, Asociación española contra el cáncer. Sería casualidad, pero era la primera vez que alguien de la AECC me paraba por la calle y tal vez por eso vacilé algo más. El chico empezó a hablarme en un tono muy cordial y tranquilo y yo, reponiéndome rápidamente de mi vacilación, le dije que tenía prisa y él me dijo que en qué dirección vas, te puedo acompañar un rato mientras te explico. Eso me llegó al alma y como el cáncer por A o por B a todos nos ha tocado y a mí también me ha tocado el alma, le hice caminar un ratito y luego me dio pena que debiera variar tanto su ruta y nos sentamos amistosamente en un banco. Lo que quería era que yo me hiciera socia, y yo, seguramente, también lo había querido siempre. Y me hice.
Así que espero que el por ahora exiguo dinero que voy a dedicar , que de hecho ya estoy dedicando, sirva para que muchos científicos puedan investigar. Para que mucha gente se pueda beneficiar y para que igual que hace muchos años la gente se moría de gripe y ahora no, podamos decir un día que antes la gente se moría de cáncer y ahora no.
Descubrí en ese momento que ese chico que me había parecido bajito y que tenía la boca enorme, tenía también otra cualidad inmensa, su generosidad.

lunes, 12 de abril de 2010

Momentos eternos

Cuando ves una película en un tren, es muy fácil que en un momento dado, la imagen de la pantalla se quede parada, como congelada. Luego, lo mismo que el tren, vuelve a arrancar.
Una de las veces que ocurrió ayer fue durante un beso de los protagonistas.
Como no estaba viendo la película, en un momento alcé la cabeza, me encontré con la escena y pensé lo típico “qué bonito”, y acto seguido me dije “qué largo” y un segundo después decidí que la imagen se debía de haber detenido porque semejante longitud de beso no era normal y, oye, en efecto, no lo era.
A continuación, como no quería seguir viendo la película con beso o sin él, me puse a reflexionar.
¿Os habéis parado a pensar en cuál elegiríais si tuvierais la oportunidad de detener el tiempo en un solo momento de vuestra vida?
A condición de continuar después claro, ¿qué momento ganaría? Uno bueno, imagino. O no, vosotros mismos. Cada uno es el protagonista de su propia vida.

jueves, 8 de abril de 2010

Mímesis

Seguro que hay múltiples maneras de adelgazar, esa fiebre que le entra a muchas personas cuando el buen tiempo se acerca o cuando algún serio riesgo para la salud acecha.
Pero una idea que pasó por mi cabeza hace unos días fue la de adelgazar por mímesis, por imitación de lo que otros hacen.
Seguro que es la última forma de adelgazar que a nadie se le puede ocurrir, pero vino a mi cabeza por una casualidad: en 48 horas exclamé la misma expresión tres veces: ¡cómo ha adelgazado este hombre! Los dos primeros los pillé en programas de sanos cotilleos (es decir, en programas ajenos a la telebasura, que los hay) un cantante y otro cantante, y el tercero, en las páginas del diario dominical que tan religiosamente compro cada domingo, un político. A saber.
Miguel Bosé ha reconocido abiertamente en la promoción de su último disco que ‘estuvo a punto de’ palmarla porque el cardiólogo le dijo hace unos meses que o adelgazaba o sus riesgos de irse al otro barrio iban a ser más que altos, es decir, altísimos. Está guapísimo, no dejó de estarlo en ningún momento, pero oye, ahora da gusto oírle y verle a la vez.
David Bustamante. A este chico, que por aquellas casualidades de su vida podemos seguirle la pista hasta el más mínimo detalle sin movernos de la butaca, le hemos visto en la promoción de su último disco luciendo un cuerpo bastante más en forma que en el anterior. El chico se casó, fue feliz, engordó y cuando se le pasó la tontería o su representante le pegó un toque de orejas, adelgazó.
Y la más grande de las sorpresas, Joan Puigcercós. Menuda alegría se llevaron mis ojos cuando abrí las páginas de La Vanguardia del pasado domingo y le vi, mirando a cámara cual Kortajarena. A mí no me gusta, que vaya eso por delante, pero me pareció que de unas páginas a otras, había mejorado barbaridad.
Si os soy sincera, me congratula enormemente que no seamos solo las mujeres las que con el paso del tiempo tengamos que hacer algunos sacrificios para no andar unos años por delante de nuestra edad ni de nuestra salud, ojo, ni por delante ni por detrás, a cada uno lo suyo, pero si un kilito de menos nos proporciona una mejor calidad de vida, bienvenido sea.
Y una de dos, o han adelgazado por cualquier otro motivo o, quién sabe si por mímesis.

sábado, 3 de abril de 2010

Sería feliz

Ayer terminé de leer un libro muy bueno, buenísimo. Pero tranquilos, que no os lo voy a recomendar hasta dentro de unos días. Se acerca la mágica fecha de libros y rosas que es San Jordi (Jorge, George, lo que ustedes quieran), 23 de abril, fecha en la que si uno no ha dado con el libro perfecto cae en la más absoluta de las normalidades. Yo, por esas casualidades de la vida, en la cita de 2010 ya he salido de ella. Lo dicho, dentro de unos días.
A lo que voy hoy es a las casualidades. A veces no prestamos la debida atención a un detalle y por ello nos perdemos un gran libro, una gran canción, un gran algo… por no estar atentos.
Ayer, mientras me tomaba una cerveza con un hombre extraordinario (qué suerte la mía), sonó una canción de fondo. Acompañando nuestra conversación, el estribillo se iba metiendo poco a poco en mi cerebro sin que me diera cuenta, pues solo al salir del local, mientras corríamos hacia el autobús, fue cuando me di cuenta de que el estribillo seguía ahí, el estribillo y la melodía entera de toda la canción.
Aquí va, la canción es Sería feliz y la canta Julieta Venegas. Debe de ser una de las últimas, porque no está muy oída. Os iba a poner el vídeo, que tiene algo de propio de Semana Santa, pero en un foro leí que era mucho mejor la versión en directo de esta canción, y mira tú por dónde, a mí también me lo parece. Feliz Sábado Santo.


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