lunes, 7 de marzo de 2011

Carnaval

Si a un vagón de metro suben un policía, un cura y un mecánico, puede ser un día cualquiera, pero si a ese mismo vagón se suben una cabaretera, un gato que mida metro ochenta, un hombre de cromañón y una niña con vestido de faralaes, es que estamos en carnaval.
Bueno, me pregunto si en Andalucía las niñas también se pondrán vestidos de faralaes como disfraz. Apuesto a que no. Y también apuesto a que los curas no irán vestidos de curas en el metro porque sea carnaval…
Hacía tiempo que no os escribía y me pareció esta una reflexión curiosa para retomar mi relación bloggera.
No voy menos agobiada que meses atrás, de hecho, estoy en la recta final del master que por varios meses se ha apoderado de mí, pero os echaba de menos y quería comentaros algo sobre Carnaval.
A mí me gusta pensar en Carnaval como se debía pensar desde que se inventó. Como unos días de excesos máximos, descontrol y lujuria para desinhibirse lo máximo posible antes de entrar en los recatadísimos y austeros días de Cuaresma. De ahí provienen los disfraces, la máscara que nos permite desinhibirnos todo lo que queramos sin miedo a ser reconocidos.
Yo, por si acaso, y como soy muy prudente, intento dosificar los excesos, para que, por supuesto, siempre haya alguno en mi vida, y que inmediatamente después pueda ser compensado por otro acto austero. Dicen que en el punto medio está la virtud…

Archivo del blog

Datos personales