Hace una semana tuve ocasión de montar mis primeros dos
muebles de Ikea. No es fácil. Tampoco difícil, no nos vamos a engañar. Las
instrucciones son muy claras y si las sigues a pies juntillas, un maravilloso
mueble puedes montar con tus propias manitas.
Barato es, eso es indiscutible, porque dos cómodas por
poquísimo más de 200 € no se puede llamar caro, y más cuando son tan majas y
fuertes, pero el esfuerzo que supone montarlas no sé si equivale al doble de
dinero. Os cuento por qué.
Sacarlo de la tienda ya es un esfuerzo, tienes que meter en
el coche unas cajas enormes que pesan un demonio. Una vez en el lugar de
destino, se abren las cajas cual regalos de Navidad, me encantó comprobar la
limpieza y lógica de las instrucciones (el único problema que le veo a
instrucciones ilustradas es que en ocasiones dejan algunos elementos al sentido
común y como bien sabido es, el común es el menos extendido de los sentidos…,
ojo, no fue nuestro caso).
Montamos el primero
y nos llevó casi 3 horas, 5 cajones y mucha ilusión. El segundo mueble nos
llevó 2 horas (quiero pensar que la experiencia es un grado…) y 3 cajones, pero
el doble de grandes que los primeros. Y voielà, allí se crearon las dos cómodas, lustrosísimas y
que nos acompañarán por los siglos de los siglos, amén.
Me gustaría obviar que durante los siguientes dos días tuve unas
agujetas impresionantes… será que mis músculos no están acostumbrados a subir
escaleras con listones arriba y abajo ni a enroscar los tornillos con fuerza
10. Pero lo hice y ese precio sí que lo pagué.
Pero he de confesar que me lo pasé en grande. El trabajo en equipo siempre ha
sido mi especialidad y si el compañero es el adecuado (y en este caso lo era…)
la Experiencia Ikea se puede convertir en la mejor. No sé si tanto como para
repetir (dadme un tiempo para que se me pasen las agujetas), pero sin duda, fue la mejor.